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Eterno viaje

Una substancia, base del ser,
mueve y vincula,
maneja tiempos y nostalgias.
 
Un viaje para adentro,
donde está la sangre caminando
la anatomía humana,
descubre músculos, voluntad movida,
en un ademán de inteligencia natural.
 
La carne se apoya en el esqueleto,
estantería de huesos que sostiene la vida,
sintetiza historias de siglos,
con abuelos, con amor, con razas viajeras...
 
Una búsqueda en cada tramo,
con distintos ingredientes químicos,
traen la memoria de la tierra y de los astros.
Geométricas figuras de la vida
ponen formas y espejos a la existencia,
donde asoman los gestos de la materia,
alquimista enigmática
que todo lo transforma.
 
Por el ojo se ama,
por el corazón sube la música
que adentro marca los ritmos.
 
Todo es tierra en esta frágil estructura,
pequeña y asombrosa maquinaria
envuelve la vida y la llena de color.
 
Allí amanecen temprano los afectos, el amor,
y el cerebro suelta palabras,
nombrando el maravilloso mundo circundante,
por donde pasan sus vacas,
y los niños juegan a la guerra
que hombres grandes con maldad tremenda
fabrican muerte ante tanta vida.
 
Lo humano nace, crece y muere,
una constante precisa
que maneja el reloj
de los límites y las ideas.
 
El cauce de lo vivo
riega la flora verde de árboles,
fecunda en flores, colores naturales,
alimenta con la canción de siempre
la fauna que recorre la alfombra de la vida.
 
Ayer ví un caballo muerto
en la soledad de un campo,
cuando pasaba con mi paso obligado.
Festín de depredadores,
luego los insectos,
hasta comprobar que el cadáver
viaja de vuelta a la tierra
entregando su substancia.
Lo que vive vuelve,
eterno viaje.
El hombre entrega su carga,
su carne,
para que el desfile natural
siga pasando.

Eduardo Ceballos.